Por: Andrea de la Piedra*
Entrada recuperada del 30/agosto/2016
Hace dos días estaba conversando con un amigo y le conté mi historia y algunas experiencias profesionales por las que había pasado. Había trabajado en la producción de dos documentales, redactado un libro muy corto a los 21 años cuando estaba en la universidad y acababa de regresar de una beca en la Universidad de Georgetown. Aun así, no era suficiente. No me gustaba mucho el resultado general de uno de los documentales, el libro era muy chico y yo muy joven cuando lo escribí, e inclusive muy pocas personas cercanas a mí habían visto los documentales.
La conversación con mi amigo terminó en una pregunta: ‘¿por qué no reconoces tus logros?’
Algo similar ocurrió la última vez que fui a la universidad. Éramos 39 alumnos en una misma clase: 18 hombres y 21 mujeres. Cada vez que la mayoría de las chicas hacía una pregunta o daba un comentario, se excusaba: “lo que voy a decir no es tan relevante..”, “lo siento, pero…”, “quizás esta pregunta no tiene sentido..”. Yo misma lo hacía.
¿Por qué, en ciertas ocasiones, las mujeres no nos atribuimos el reconocimiento que merecemos ante nuestros logros y por qué nos excusamos? Sheryl Sandberg, jefe de operaciones de Facebook, ha escrito sobre el tema y ha llamado a este factor las ‘barreras internas’. En su libro Vayamos Adelante (Lean In), ella explica esta situación contando también una experiencia propia de su época de estudiante en Harvard. La mejor amiga de Sheryl, Sheryl y su hermano llevaron una clase juntos: historia intelectual europea. Días antes del gran examen final, su amiga, que había leído todas las lecturas en el latín original, Sheryl, que leyó todas las lecturas en inglés, y su hermano, que había leído tan solo dos lecturas, decidieron estudiar juntos. Tras la prueba, Sheryl sentía que no había acertado del todo en algunas preguntas sobre Kant, su mejor amiga creía que debía haber respondido diferente también en algunas partes, y su hermano, por otro lado, estaba radiante y feliz con el resultado. Estaba seguro que tendría la mejor nota de la clase.
¿Qué hay detrás de estas historias? Barreras internas por las que las mujeres no asimilamos del todo nuestro éxito. Sandberg analiza estas barreras y sugiere que las mujeres atribuimos nuestro éxito a factores externos -la oportunidad que nos dieron en el trabajo, los profesores que llegaron en el camino, la suerte que tuvimos-; mientras que los hombres lo hacen por motivos personales –soy bueno, soy inteligente, tengo de sobra las capacidades necesarias- (tal cual ocurre en el relato sobre el hermano de Sheryl). “Estas barreras internas necesitan mucho más de nuestra atención”, añade en su libro. “En parte porque están bajo nuestro control, porque podemos desmantelar hoy los obstáculos que nos ponemos a nosotras mismas”, sugiere.
Jessi L. Smith, psicóloga y profesora de la universidad de Montana (EEUU) realizó un estudio denominado “Los derechos de alardear de la mujer. La superación de la modestia: normas para facilitar la auto promoción de la mujer”, donde concluye que los hombres no se ven afectados por las normas de la modestia como lo hacen las mujeres. Añade también que las mujeres restamos nuestros propios logros pero no el de nuestras amigas.
Sin duda, este tipo de comportamiento está ligado a percepciones que existen en la sociedad sobre la mujer (o lo que “debe” ser una mujer). “Se debe a que interiorizamos el mensaje negativo que obtenemos a través de nuestra vida, esos mensajes que dicen que está mal ser abierta, agresiva, o más fuerte que los hombres. Y en ese camino, bajamos las expectativas de lo que podemos lograr”, añade el jefe de operaciones de Facebook.
Esta conducta parte también de las expectativas con las que nos educan desde bebés. Cuando nacemos, los padres tratan diferente a las niñas que a los niños. Las madres y padres tienden a sobreestimar la capacidad de gateo de sus hijos mientras que subestiman la habilidad de sus hijas. “Vivimos en una sociedad donde históricamente las normas culturales de género son poderosas”, afirma Smith. “Esta no es una forma de condenar a las mujeres. Es parte de nuestra cultura, y es parte de nuestro trabajo encontrar formas de cambiar esas normas culturales”, concluye.
Quizá la clave está en enderezar la distorsión que generamos de nosotras mismas y nuestros logros. Olvidarnos del constante ‘pero’ y asimilar el ‘lo logré’ con más soltura. Y, sobre todo, sentirnos orgullosas de ello. Quizá con más confianza, obtengamos también más oportunidades.